Por: Pablito Wilson.
Colaborador Colectivo Sonoro.
No es que sus canciones puedan catalogarse como poesía, o al menos, no en un sentido demasiado preciso de la palabra; sino que él sabe cómo manejar la ortografía amatoria a la perfección, colocar las tildes en los momentos precisos, transformar esos acentos invisibles en suspiros muy visibles. Y lo hace con suma naturalidad, de la misma forma que hace algunos años lo comenzó a hacer cuando cantaba en los bares. La fórmula es la misma, lo que cambia ahora es el público. El tamaño de su público.
En sus comienzos Manuel Medrano difícilmente habría soñado con un hit como ‘Afuera del planeta’ y menos con repetir la fórmula con una hazaña llamada ‘Bajo el agua’ (que puede permitirse la osadía de explotar en un estribillo que recién aparece a los dos minutos de que el track se pone en marcha). Probablemente tampoco con un disco producido por el cada vez más célebre Juan Pablo Vega o con un contrato con Warner Music México. ¿Qué tiene que hacer un colombiano emergente al lado de exitosos artistas aztecas como Maná, Jessy y Joy o María José (ex Kabah)? Pregunta complicada. Las sapiencias y las suposiciones están a la orden del día.
Esa voz que poco a poco va volviéndose marca registrada en el circuito nacional y alguno que otro —quizás necesario— cliché en las letras poco a poco van develando el misterio. También el hecho de que Manuel sea —sin sentir ningún tipo de vergüenza por ello— un embustero. Ese larguirucho cartagenero de casi dos metros de altura escribe, compone y entona con una naturalidad envidiable que a primera escucha parece sugerir que todos los hombres (o al menos los que no le tenemos miedo a nuestro costado más sensible) podemos hacer lo mismo que él. Nos hace suponer que esas palabras que están en su boca, podrían haber salido de nuestra cabeza y ahora estar en la nuestra. Es todo una farsa. Colocar la palabra precisa en el momento preciso es un arte que brota adentro de muy pocos. Si Medrano dice “yo estaba loco pero tú también”, en el punto adecuado de la estrofa, con entonación cautivadora y todo esto le funciona; el resto de los mortales pierde todo argumento para criticarlo.
Los paralelos con Santiago Cruz son inevitables, y no solo por los parecidos (que no llegan a ser calcos) perceptibles entre las voces de uno y otro, sino por la habilidad que ambos tienen para contar microhistorias y lograr que sus oyentes se sientan plenamente identificados con las mismas. Pero las diferencias entre ambos también lo son: el debut de Manuel Medrano suena mucho más orgánico y dinámico (rasgo muy perceptible en ‘Cómo hacer para olvidarte’, ‘El swing de la propuesta’ o ‘La mujer que bota fuego’), explora sonoridades más tenues (alejándose acertadamente de la grandilocuencia del pop tradicional) y apunta a los costados más sensuales de una relación (actual o culminada). Cruz habla de las experiencias, Medrano habla de las experiencias de alcoba.
Canciones como ‘Cuándo te pensaba’, ‘Quédate’ y ‘Yo solo nado contigo’ rompen con la linealidad del disco, mejor dicho, se arriesgan por explorar otras sonoridades. Lo que no quiere decir que el resto del álbum sea monótono, sino que al escucharse de corrido, los puntos de quiebre más perceptibles están en ellas. La primera le apuesta al rock, o más bien a un pop más contundente que se recuesta en un constante bombo y una guitarra que hace de co-protagonista. La segunda es un reggae que por su orquestación tan natural está a años luz de experimentos similares en el pop colombiano como ‘De la mano’ de Lucas Arnau o ‘No existe’ de Siam. Y la última es una composición western que parece evocar a Enrique Bunbury cuando suena.
Porque quizás, en ese camino —de influencias, sonoridades, ideas, aciertos y desaciertos— que puede trazarse entre el autodenominado ‘Aragonés errante’ y aquel compañero colombiano con quien se lo comparó en alguna parte de estas líneas; estén las claves para comprender al naciente artista. También, las que lleven a entender el por qué de su contrato con Warner Music México y el por qué en el norte algunos piensan que aunque Medrano puede ser profeta en su tierra, también puede ser profeta en una tierra que supera los cien millones de habitantes.
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