Por: Álvaro Castellanos | @alvaro_caste – Periodista, editor web y creador literario
La banda de Medellín presenta un disco contemplativo que junta rock, pop y otros géneros híbridos que derivan en un ejercicio experimental de viajes interiores.
En su definición más estricta, la palabra «feral» quiere decir «cruel, sangriento». Viene del latín ferālis y hace referencia a lo feroz, a la dimensión más primitiva que, como fieras evolucionadas, tenemos los seres humanos. Somos civilizados y racionales mientras el entorno nos lo permite. Pero ante situaciones de despersonalización o alteración de nuestro mundo, las pasiones más internas pueden emerger para recordar nuestro origen animal. Somos animales urbanos enjaulados en el caos y por ese camino viene la propuesta de Ferales, agrupación de Medellín que, con su disco homónimo, propone un estallido interno de liberaciones personales.
Así por encima, todos somos normales. Pero al romper nuestros espejos, podemos emprender un camino que ayuda a desarticularnos y a revelarnos cómo somos orgánicamente. Aprovechando los alcances ambiguos e interpretativos que brinda la experimentación del arte, FERALES trae trece cortes, trece rupturas musicales que desarrollan esa intención.
Ferales explora los sentidos en su nuevo disco homónimo.
El álbum comienza con un Intro llamado 0 (cero), que deja ver el follaje tupido de sus intenciones. Una entrada de sonidos sostenidos, con voces que hablan en un idioma que podría ser ruso, seguido por un ventarrón comunicante a De días negros y noches blancas: primera canción y segunda pista del disco, que exhibe un conjunto de teclados, batería y guitarra, cuyo título plantea un contrasentido con el lenguaje. Las voces masculinas y femeninas se alternan, acompañadas de un virtuoso ensamble instrumental y una narrativa que sugiere desamor y soledad.
«El dolor ya no vuelve a visitar y es inútil el reloj, puede ser que al final todo sea así de gris,
tu recuerdo es soledad».
La tercera pista se llama Un, dos tres. Voces lentas y escalas agudas en la voz recuerdan proyectos adelantados a su tiempo como Portishead, con un amasijo musical de tintes de trip-hop y atmósferas brillantes, donde la palabra «Esperar» amarra la idea de nostalgia y añoranzas de lo que ya no está. El cuarto track, Sombra, baja en su espesura, parte de las percusiones secas de un drum machine y nos entrega una canción de búsquedas internas y construcciones de imágenes identitarias.
«Soy una idea que habla de hundir, soy la razón de tu odio a vivir, soy una orden sin sentido, un decreto pervertido. No hay ciudad ni luz, sólo humo y vanidad».
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Uno de los pilares discursivos actuales de las bandas y propuestas musicales colombianas se retoma en Sombra: la ciudad como quiebre y reducto de apariencias y existencias fallidas. La ciudad como adversario en las búsquedas de identidad y nosotros, como resultado de esta catástrofe.
«La verdad es un baile a contraluz, yo no vendo cordura, soy claridad, soy la mentira que se hace día. Eres la dulce credulidad».
En la escaleta de Ferales, aparece un quinto corte llamado Levedad, de sonidos pausados, agudos y sofisticados, que sirve como transición a la sexta canción del disco, Nada: un poema musical de desarraigos, donde la voz narradora busca perderse en la frialdad de los dilemas cotidianos para aislarse de los efectos del desamor.
«No respondas, no respondas, no me digas nada. Una noche, noche entera, desechada
buscaré otra emoción de mi lista, buscaré alguna otra arista para concentrarme en ella, y olvidarte».
La séptima pista en la continuidad de Ferales tiene el nombre de Solaz. Una canción de punteos de guitarra sostenidos, que nos arrastra a un vacío cósmico, a una alucinación para blindarnos del mundo y comunicarnos con Vacío, octava canción del disco. Me levanto, arreglo y voy. Me devuelvo, duermo y soy. La atmósfera onírica se rompe con arreglos instrumentales, acompañados por la voz que comunica tedio y disolución, donde el drum machine marca el compás de un arrullo sonoro.
Desaparecer es la novena canción del álbum. Una composición indie a dos voces que habla de viajes sin regreso. De huir y saber morir. Esquizo, décimo sencillo de Ferales, trae un mayor volumen discursivo. En la escaleta del disco representa cierta redención personal de reconstrucciones internas.
«Se mira a sí mismo y gira su cuerpo danzando a su ritmo, desenredando mira inclemente
y mueve su mente y le lleva atrás. Huella inconsciente, un juego permanente, ya fue al pasado, ya fue al infierno y aún no ha vuelto».
El undécimo track se llama Alma y sostiene la idea de renacer. De ahí viene fusionada la duodécima y última canción del disco, Sué. En la mitología muisca, Sué fue el Dios protector del sol. El guardián del máximo recurso en torno al cual orbitamos. La melodía es cálida y caótica. Sube y baja con placidez y es una composición que invita a reconocernos como únicos, efímeros y erráticos.
Caminar eternamente sin esperar, escapar lentamente, respirar, no queda más
Para cerrar el recorrido sensorial de Ferales, un outro con herramientas sonoras electrónicas y punteos de guitarras cierran la puerta desde afuera de este ensayo sonoro.
El disco homónimo de FERALES es una épica de caos, ruptura, disolución y reconstrucción, donde Leo, Eliana, Diego y Camilo rompen cánones musicales sin remordimientos. La portada del disco muestra un relieve montañoso, que recuerda el arte del álbum Kid-A de Radiohead y conecta con la sensación musical de picos, altos y bajos de un disco que también nos recuerda los límites desbordantes del arte como una contribución a desautomatizar el mundo como lo conocemos y a implosionar como si se tratara de un Bing-Bang, del origen mismo del universo, pero dentro de nuestras mentes.
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