‘En surcos de dolor’: el furioso timonazo de Mástil por la memoria de nuestras víctimas

Por: Álvaro Castellanos | @alvaro_caste – Periodista, editor web y creador literario

El nuevo lanzamiento de la banda de Amós Piñeros alza la voz contra el genocidio de miles de campesinos colombianos a nombre de la «seguridad democrática» y la hipocresía de la lucha antidrogas.

Durante los Gobiernos de Álvaro Uribe en Colombia, los brazos armados del poder ejecutaron al menos 6.402 asesinatos extrajudiciales de personas inocentes, rurales y empobrecidas, a cambio de incentivos económicos gubernamentales para maquillar las cifras de su guerra contra las Farc. En clave de Power Metal y rock industrial, Mástil se atreve a sentar una furiosa protesta sobre esta época de impunes crímenes de Estado, mediante un sencillo de asombrosa ejecución llamado En surcos de dolorun título que parafrasea al himno nacional y visibiliza la matanza de los colombianos más vulnerables que han caído en los territorios durante los últimos veinte años.

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La banda de Pol Moreno, Nicolás Saldúa, Hans Vollert y la institución del rock colombiano, Amós Piñeros, despliega sin eufemismos este himno que hibrida una polifonía de sintetizadores y toques electrónicos en un timing quirúrgico con el bajo, los riffs reverberados de la guitarra, el doble bombo de la batería y la voz irrepetible del creador de proyectos inmortales como Ultrágeno y Catedral, quien no se guarda nada a través de este complejo rompecabezas musical, donde todas las piezas terminan encajando con una precisión extraordinaria.

En surcos de dolor no trae metáforas ni mensajes encriptados. No es una colección de frases hechas o rimas huecas que amarren una métrica. Al contrario, es una patada en la cabeza al Estado fallido de élites corruptas, que permiten el genocidio, orquestan la desigualdad y controlan un relato falso de nación.

El ruido de la metralla introduce el arranque de En surcos de dolor. Suenan disparos de revólver y disparos de fusil. En esta canción, Mástil suena a sí mismo, pero no deja de recordar propuestas grandiosas de bandas dosmileras como Powerman 5000 o Static X. Los ecos de Ultrágeno sobreviven en versos hablados y coros más melódicos, gracias a la patentada interpretación de un Amós Piñeros inoxidable.

Mástil le canta a la realidad del campo colombiano en ‘En surcos de dolor’.

«Ayayayái x 4 Nos sacaron del campo por estar ahí, nos vendieron como carne por ahí, nos mataron sin mediar palabra, nos disparan veneno por tierra y aire».


La primera estrofa de la canción habla directamente de los falsos positivos del Ejército y la fuerza pública; y también, de la aspersión con glifosato sobre los campos colombianos. Una práctica que, más que contribuir con la lucha antidrogas, ha sido un pretexto usado por los Gobiernos para simular políticas que no arrojan resultados positivos ni combaten a fondo el negocio del narcotráfico. El coro, por su parte, satiriza los surcos de dolores mencionados en el himno de Colombia, asumido como un símbolo patrio pisoteado que, a su vez, vincula la noción de patria a la doble moral religiosa, impuesta hace siglos por el colonialismo hispánico.

«Mi silencio en surcos de dolor, no es sublime esta crucifixión».

Mientras el Estado sobresale por su ausencia sobre todo en las zonas rurales, el narcotráfico sigue en pleno auge ante la miopía selectiva de Gobiernos que quitan la vida sin poder garantizarla. Y al tiempo de que el pueblo vive con miedo, los dirigentes políticos, infestados de corrupción, ponen la vista en otro lugar y no se hacen cargo de brindarles posibilidades que les permitan vivir con un nivel mínimo de decencia. A esto se refiere la segunda estrofa de la canción.

«No hay quien diga lo que se cocina, no hay justicia ni vida digna; nuestra historia la escriben verdugos, no hay más de lo que ya hay: temor».

Después del regreso del coro y de momentos de espesura instrumental, regresa el «ayayayái» del arranque, diseccionado en letanías sobre la injusticia social, como si se tratara del perifoneo de quien protesta a través de un parlante en una plaza pública.

«Ay por nuestros líderes asesinados, ay por los hijos del maltrato, ay por las madres sin respuesta».

Los campos agrícolas, originalmente territorios de vida, se convierten durante la última estrofa en un escenario fantasmagórico de muerte, haciendo alusión a las fosas comunes donde el Ejército, los paramilitares y la guerrilla han enterrado masivamente a sus víctimas durante las últimas décadas. La canción traza un juego de palabras homófonas al saltar de la interjección «ay» al adverbio de lugar «ahí» e impulsa a Amós a otra secuencia de spoken words con gusto a desahogo.

«Ahí sucedieron horrores sin nombre, si te cogen ahí te desaparecen; es ahí donde no quieren verte, donde están las fosas, es ahí».

Luego de dos coros pegados, los motores de En surcos de dolor se apagan a fuego lento en una atmósfera tediosa de matices industriales, como si fuera un minuto de silencio que pone punto final a la canción.

El videoclip del sencillo es contundentemente teatral. Con un fondo negro, muestra a la banda interpretando la canción, con primeros planos de las caras de sus integrantes, alumbradas por luces blancas, azules, verdes y rojas, al estilo de una producción del cine Giallo italiano y con la capacidad histriónica de Amós Piñeros para transmitir desesperación mediante sus gestos. En tanto, la tapa del sencillo promocional muestra a un personaje monstruoso, parecido a Freddy Krueger o a un espantapájaros demoniaco, arrojando cráneos rojos como semillas sobre una plantación árida, en una ilustración que parece el afiche de una película de folk horror.

Son pocos los artistas colombianos contemporáneos que aluden directamente a visibilizar las atrocidades del conflicto armado. Tres casos brillantes son los del fotógrafo Jesús Abad Colorado (con su exposición El Testigo), el actor y dramaturgo Fabio Rubiano (con su obra de teatro Labio de Liebre) o el escritor Horacio Benavides (con su poemario Conversación a oscuras). Pues bien, en sus medidas proporciones, a este selecto inventario de dignidad artística habría que sumar la sentida y virtuosa contribución musical de Mástil, que en 2021 debutó como banda con el lanzamiento de su disco El Conjuro, cuya promoción los ha llevado a tocar en distintos escenarios bogotanos.

Más allá de la gran labor musical que hay detrás de En surcos de dolor, la banda de Amós Piñeros plantea una valiente declaración de principios, un timonazo por la memoria de nuestras víctimas, que pone el dedo sobre la llaga de la narrativa negacionista que nos quiere vender el poder. En este sentido, bien lo decía el filósofo francés Gilles Deleuze, al asegurar que «el arte es lo que resiste a la muerte, a la servidumbre, a la infamia y a la vergüenza».

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