Por Álvaro Castellanos | @alvaro_caste
Cuando las jornadas de Rock al Parque van cerrando es común ver cómo el Parque Simón Bolívar luce conmovedoramente repleto. Cada año, desde la zona de prensa y las tarimas laterales uno se asoma y siempre ve la misma postal. Una cabeza sacudiéndose al lado de otra, aglomeradas frente a una tarima principal que todos los años junta lo mejor que los recursos, la gestión y la curaduría permiten. Glen Benton de Deicide nota esa multitud, se conmueve, se sale del personaje y lanza un elocuente «this is the biggest crowd I’ve ever played in front of». Rock al Parque lo hace de nuevo. Junta a 85.000 personas en la jornada que históricamente ha subsidiado 25 ediciones consecutivas: un cuarto de siglo de fidelidad metalera.
Como bogotano hay pocas cosas de las cuales sentirse orgulloso y su público metalero es una de ellas. La ciudad se pulveriza, las brechas sociales aumentan, la inseguridad y la hostilidad nos quiebran por dentro, el metro cuadrado es más caro que en Nueva York, pero el metalero siempre está ahí. Es protagonista en la ciudad más diversa del país (otro motivo de orgullo). En el fragmentado relato colombiano de las últimas décadas, la legión de metaleros de Rock al Parque merece capítulos enteros.
Tres horas antes, la cancelación de la banda sueca Grave abre un hueco en la programación de la segunda tarima. Viéndole el lado positivo, la programación se corre hacia adelante y Dying Fetus cierra más temprano sin pisarse con Deicide. El acto de la bandota de Maryland arranca con una cortinilla del meloso clásico Tomorrow, que luego contrasta a puro Brutal Death. Su presentación resulta impecable al son de grandes títulos como Destroy the Opposition y Wrong one to fuck with.
El lleno que tanto necesita la organización de Rock al Parque para justificar su impacto exitoso comienza a hacerse posible cuando la tarde cae. Hasta en la zona de comidas se ven pocos huecos. En el escenario principal, la finlandesa Tarja Turunen y su metal sinfónico deja las postales más vistosas del sábado. Su voz sube a niveles que sorprenden y su presencia da testimonio de un poder femenino siempre imprescindible y cada vez más notorio en la historia de Rock al Parque. En simultáneo, El Sagrado la rompe en la tercera tarima con su Hardcore, duro y a la cabeza, que luego continúa Grito de Medellín en la celebración de sus primeros veinte años.
El sonido del Escenario Lago, tercero de Rock al Parque, es oficialmente malo. Bajo, irregular, pobre. Aunque todos los años suele serlo, la expectativa de que mejore persiste. Es una metáfora de las relaciones largas, como la de Rock al Parque y su público metalero. Los problemas reinciden y parecen no mejorar. Pero al final, por fortuna, esta fidelidad metalera, que ya marca un cuarto de siglo, prevalece y se mantiene más fuerte que nunca.
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