‘Gigantes’ de Tequendama: lustrando el brillo de la creatividad musical

Por: Álvaro Castellanos | @alvaro_caste – Periodista, editor web y creador literario

La banda de Amós Piñeros, Jota García, Alejandro Duque y Camilo Zúñiga presenta un disco de producción colosal y profundas composiciones cósmicas, donde el rock navega sobre una fuente inagotable de recursos electrónicos muy bien ejecutados.

El nuevo álbum del grupo colombiano Tequendama se llama Gigantes. Dura 51 minutos y trae 14 canciones meticulosamente trabajadas. La heterogeneidad de cada una de ellas es sorprendente. Es como si conformaran una novela fragmentada. Son sencillos que desprenden gustos lo suficientemente distintos para desmarcarse entre sí. Canciones tan robustas e independientes que pueden oírse por separado como si fueran mundos propios. Y, al mismo tiempo, que construyen una unidad cuidadosa capaz de expandirse con verosimilitud, a lo largo y a lo ancho. Con Gigantes, los miembros de Tequendama dejan ver su catedralicio entendimiento musical. Proponen distintos híbridos que conversan fluidamente sin desentonar. Y, también, una capacidad creativa que, al estilo de una catarata, se desborda estética y natural. Estas virtudes se hacen evidentes en sus polifonías de quirúrgica producción. En el aprovechamiento estratégico de múltiples recursos electrónicos. Y en una prosa musical que propone construcciones de imágenes poéticas sobre el cosmos, la naturaleza, el tiempo, el amor y la condición humana.

Una característica que impacta positivamente sobre este disco es el desdoblamiento vocal de Amós Piñeros. El tótem del rock colombiano prueba otras gamas en los alcances de su voz. En muchos tramos se escucha bien distinto a como sonó con Ultrágeno y a como suena con Mástil. Y lo hace sin remilgos. Ni bien comienza el disco, su canto se distancia de la interpretación que nos es familiar. La primera canción de Gigantes se llama Aceros. Plantea un símil entre el choque de metales al rojo vivo, cuando están tan calientes que casi se pueden fundir, y la atracción humana, que seduce, intimida y repele en proporciones parecidas. Los acordes armónicos de la guitarra, pasada por un filtro electrónico, recuerdan ciertos pasajes de Hollaback Girl de No Doubt. La canción es pop, bailable y con ciertas pausas. Matices que confluyen con segmentos más industriales y ascienden a Aceros a una pieza de rocanrol.

«Tú, el metal en el fuego. Ante el altar y saltar al crisol. La llama ardiente en veneno, salen chispas cuando chocan los aceros».


Los Árboles es el nombre de la segunda canción. Un tema íntimo que se cocina a fuego lento y está lleno de detalles electrónicos corriendo entre líneas. Extiende un hilo conductor discursivo con la primera pista. La comparación entre los metales y los cuerpos se traslada a la naturaleza y el cosmos. Nosotros, como árboles, tocamos nuestras ramas.

«Viajaré hasta el sol para salir de aquí. Te veré en el bosque cuando suene. Correré libre junto a ti».

Los Árboles es una canción sensorial que se apresura lentamente a la tercera pista del álbum.


Karma se impulsa más enérgica y explícita en la identidad de la voz de Piñeros. Tiende versos más cortos, rimados y de emoción contenida. Es una paradoja sobre la impaciencia del paso del tiempo. Queremos habitar el mundo antes, durante y después. Impacientes, pero omnipresentes.

«Las agujas del reloj, su persecución siempre te alcanza. Las horas pasan y se escapan como arena entre los dedos. La balanza se inclina hacia el fin, pero no sabemos cuándo».

El coro habla de una carrera contra el karma. Esa creencia budista de que toda acción genera una fuerza dinámica que impacta, para bien o mal, en nuestra vida.

«No tengo calma, no lo dejo suceder. No tengo karma, mañana no existe ni ayer».


La cuarta canción de Gigantes se llama Perfecto error. Es una transición hacia el clímax del álbum que va insinuándose. Una declaración directa al ser amado. Una canción sosegada, con voces corales femeninas adornando su cierre. Un vaticinio de tragedia sobre alguien que está destinado, casi obstinado, a no separarse del otro.

«Un día de estos, desafiando al tiempo, nos vamos a perder, lento, nos vamos a romper. Eres el perfecto error, para mí».


Duro con ellos, quinta pista, retoma la intensidad industrial que, titubeante, se asoma en el disco. Habla de la alienación impuesta por las instituciones del poder. El compás virtuoso de la batería de Alejandro Duque reclama protagonismo. Sus mezclas recuerdan la ambientación musical techno de videojuegos noventeros como Killer Instinct.

«Quieren lavarte el cerebro, quieren que comas entero, quieren usarte como una ficha. Quieren romper tus principios y anhelos. Duro con ellos x 4».


Gigantes es la sexta canción y homónima al nombre del disco. Un track que sobresale en la cumbre del prisma que presenta el arte de este álbum. La guitarra marca una melodía potente. Veloz, dinámica, es una canción que no da respiro. Un llamado a la vitalidad. A encarar los conflictos. A perpetuar la eterna juventud. A eludir la comodidad.

«Voy a salir del letargo, voy a escapar y no regresar. A ese lugar de confort infernal. A esa burbuja lentamente letal. Donde se mueren los sueños fieros y te marchita la edad».


Bajando de la cúspide de Gigantes aparece Tiemblo, el séptimo sencillo. Un tema de observación. De letra contemplativa.

«Las comisuras del tiempo se pliegan con los cuerpos, haciendo un plasma glorioso de nosotros y de los otros».

Tiemblo construye imágenes sugerentes que nos mimetizan con el universo.

«Suspendido en el símbolo detrás de tu vestido. Qué misterio divino. Los enigmas del destino nos sorprenden como niños. Haciendo una masa sin forma de nosotros. Y de los otros».


Bombas de tiempo, octava pista de Gigantes, se sumerge en una nueva multiplicidad de insumos electrónicos. Retoma el eje discursivo del tiempo. También, el de la atracción de los cuerpos y su unión con las creaciones orgánicas del universo. Un coctel de distintos aromas reunidos. El rocanrol viaja entre aires funkys.

«Somos bombas de tiempo. No hallamos cómo desactivarnos. Dispositivos perfectos. Con los cables bien cruzados».


En Estoy aquí, novena canción, los silbidos de la guitarra en el coro construyen atmósferas existenciales, con ideas sobre la levedad humana aterrizada en el amor, como la que plantea Kundera en su obra insignia. Atracción, muerte, debilidades, paradojas de destinos irremediablemente entrelazados.

«Sinapsis esotérica, conteniendo el poder de la materia. Estallido de estrellas, llevando al borde la anti-estrategia. Estoy aquí. Ahora lo puedo percibir. Estoy aquí. Y tú estás delante de mí».


La décima pista de Gigantes recibe el nombre de Lunes. El arranque de la canción propone un arrullo que gana intensidad en pequeños lapsos.

«Noticias del ayer, arrugan mi interior. Nostalgias en el aire, lunes sin conexión».

Lunes nos sumerge en remembranzas y en el dolor de los golpes que no se curan.


En el undécimo sencillo, llamado Es así, un Amós muy reconocible deja ver las costuras de su color vocal y dispara una fábula efímera, acerca de que todo en la vida llega y de igual forma se va. El Spoken Word patentado del líder de Tequendama tiene su lugar en la canción.

«Por el poder que tiene el tiempo rozando las hojas del árbol, religiosamente incrédulo, así soy yo, la fe en mi fuero interno, a contrato, me comprometo, seguro estoy de lo que veo, y de lo que no veo también creo, porque hay algo detrás del color y de la forma, la verdadera razón sólo es una relación que se enlaza con otra».


Mediante Mudo, track doce de Gigantes, se reconstruyen puentes con el sello sonoro de Ultrágeno. Es un tema más voraz, más callejero, con la batería arriba y riffs que hacen que Motörhead se aparezca en nuestras cabezas. Bombo, redoblante y apoyos electrónicos se juntan con originalidad.

«Venimos crujiendo, tejiendo la red, nos vamos encajando en el parche. Traemos música, asesina de bajezas y clones de magia patronal de la cabeza. Cómo pasó. Cómo el destino nos unió. Con la mochila llena de balas, de líricas de la mafia de los olvidados. La voz del mudo, revolución de los apáticos».

Así como somos microscópicos en el universo, también somos únicos e irrepetibles y uno solo con el todo.

«El mismo tiempo y el mismo espacio. En los mapas somos marcas de fuego, confinados con los astros».

Arreglos elegantes aparecen como un interludio hacia más imágenes poéticas sobre nuestra pequeñez y grandeza.


Por ese camino, una percusión hard-techno nos conduce a la penúltima canción del disco. Minotauro lleva un título mitológico, que baja la intensidad hacia una interpretación reggae. Tiene menciones a Babilonia, la tierra prometida del rastafari.

«En el laberinto de mi corazón, el minoaturo se perdió».


La estocada definitiva de Gigantes nos conduce a su decimocuarta canción, llamada Velociraptor.

«Mi cuerpo entero brilló, y el camino iluminó».

El calor vuelve a subir. La melodía, armonía y ritmo se deslizan veloces en un impulso final.


Así cierra este camino de 14 cañonazos, ocasionalmente bailables. Una unidad donde cada pieza parece salida de un disco de grandes éxitos. Aunque no sea su intención, Gigantes expresa con literalidad la grandeza en la propuesta de Tequendama. Un enorme disco de electro-rock, donde Amós, Alejandro, Jota y Camilo lustran el brillo de su propia creatividad. Un disco que asume formas versátiles, enriquecidas por la capacidad que proporcionan las mixturas bien hechas. Una patada en la cabeza que revuelca las emociones. Catorce canciones que nos transportan a los enigmas del cosmos y nos traen de vuelta a nuestros precipicios internos.

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