Por Álvaro Castellanos | @alvaro_caste
Rock al Parque puede hacerse en octubre, agosto o finales de junio y siempre llueve. O casi siempre. La granizada de 2007 es la imagen que primero viene a la cabeza. Muñequitos hechos con bloques de granizo, taxis enterrados en capas gruesísimas que parecían nieve y una edición interrumpida por una rareza natural que no se volvió a ver, pero cuyo fantasma persigue al festival sin importar el mes en que se haga. Pasa de nuevo en el segundo día de 2019. Llueve como siempre, no tan suave, no tan fuerte, pero el fan del Rock ‘N Roll no se amedrenta y más 90.000 terminan llegando a amontonarse frente a las tarimas del festival, que para este año están marcaditas, arriba, con los nombres de «Plaza», «Bío» y «Eco».
El René Segura de la gente y su Odio a Botero comienzan a vencer a la lluvia desde la tarde con un show poderoso y, cuándo no, súper divertido. Después de once años regresan a Rock al Parque y el público sigue ahí. Orgulloso, parado en la raya, frente a una de las bandas locales más queridas que ha engendrado la ciudad. De R.U.M.B.A., a Lechonería Manson, la banda cumple por lo alto y emociona a las multitudes, que van ocupando cada espacio libre frente al Escenario Plaza. Las gotas que caen de arriba son una anécdota que aumenta entre canciones. René recuerda, invocando la torpeza del periodismo, que en días pasados le pidieron recordar anécdotas vividas en ediciones viejas de Rock al Parque. Entonces comenta que en 1997, luego de ver a A.N.I.M.A.L. de Argentina, de regreso a su casa, una vendedora de longaniza le dijo «mono»; y luego de responderle que no era mono, la señora corrigió diciéndole «disculpe, negro hijueputa». Entonces el color sigue venciendo a la lluvia.
El segundo día de Rock al Parque refresca habitualmente lo vivido en el primero, porque tiene menos homogeneidad. Porque hay actos para todos los gustos. Porque se ven thrash-metaleros y punkeros y hardcoreros y manes de rastas y gente que oye reggae y oficinistas y gomelos y peladas súper producidas con sus Dr Martens y sus looks como para Estéreo Picnic y espontáneos y papás acompañando a sus hijos adolescentes. Las brechas sociales se cierran y hay espacio para todos. El metalero del sábado subsidia la existencia del festival, pero la heterogeneidad que se vive el domingo le da un alcance mayor.
Zona ganjah (Reggae-Argentina), La vela puerca (Rock-Uruguay), Eruca Sativa (Pop rock-Argentina), Konzumo Respeto (Punk rock-España) y The 5 6 7 8’s, esa banda japonesa que aparece en Kill Bill y que hace unos años tocó en un bar hipster de Bogotá, se presentan en cada uno de los escenarios. De nuevo, el clima es lo de menos. El público hace lo que puede para taparse de la lluvia que, justo cuando parece que se va, vuelve más fuerte.
La mayoría de la gente viste de acuerdo a las circunstancias y, protegiéndose con mil capas de ropa encima, le hacen pistola al chubasco. Otros, menos abrigados, simplemente se resignan. La multitud da calor humano y la gripa y las preocupaciones de la semana, que comienza el martes, pueden esperar. Igual que el sábado, no se ve un campo libre en la inmensidad frente al Escenario Plaza con la diferencia que el Bío y el Lago estuvieron más llenos. Durante Zona Ganjah y La Vela Puerca casi que toca irse hasta la calle 53 para encontrar un lugar libre para estirar las piernas. La gente cumple y el colorido reinante, que contrasta con la opacidad del cielo y su intención de empantanar el ánimo, convierte a la lluvia en un trámite.
Entonces llegan dos totazos de bandas que, por primera vez, tocan en Colombia. Toxic Holocaust (EE.UU.) y de Sodom (Alemania) disparan el ánimo del público de la tarima principal, que no tiene intención de moverse de su lugar así caiga la granizada de 2007. Caos sincronizado a puro Thrash Metal para terminar la jornada intermedia de las Bodas de plata de un festival que siempre se para firme, pasional, colorido y sin desteñirse con la lluvia.
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