‘No espero nada’ de Invisibles: cuando las ruinas forman nuevos comienzos

Por: Álvaro Castellanos | @alvaro_caste – Periodista, editor web y creador literario

El cuarteto colombiano presenta un sencillo personal de sonido indie rock, sobre los confines liberadores que asoman las rupturas del corazón.

El amor debe brindarse con generosidad, sin esperar retribuciones. No es, o no debería ser, una transacción, un intercambio de bienes y servicios. Es verdad que cuando no es correspondido nos duele, pero por fortuna no nos mata y nos introduce a nuevos comienzos. Este es el argumento de No espero nada, nueva canción del grupo Invisibles, surgido en el Caribe colombiano. Mediante una propuesta de rock indie, alternativo y toques pop, nos habla de los quiebres emocionales que cada tanto vivimos y cómo nos empujan a catarsis tal vez indeseadas, pero siempre necesarias.

Invisibles lanza ‘No espero nada’, una canción entre el amor y la libertad.

Cuando el corazón le gana la partida al sentido común, nuestros actos son irracionales, aunque también orgánicos. Damos la pelea, probablemente a sabiendas de que estamos destinados a perderla, pero ésta, al fin y al cabo, es una reacción que nos configura como humanos. Así comienza No espero nada, una declaración emocional que en su primera estrofa comunica esperanzas rotas y se apoya en los acordes finos de la guitarra y en su batería de andar dinámico.

«Quizás por esperarte. Cambié toda mi vida, cambié mi rumbo y dirección hasta donde vivía».

Aunque sabemos hacia dónde vamos, no frenamos nuestros impulsos. Nos arrimamos a los precipicios del amor no retribuido, anticipando la tragedia, pero con la convicción que proporciona esa victoria simbólica y hasta liberadora de haberlo dejado todo. Así llega el coro, de profundidad en la agudeza de la voz y una sencillez muy eficiente en la interpretación. Un «menos es más» musical, con un amplio dominio de la banda sobre el género del indie rock, heredado de referentes como Foals o Two Door Cinema Club.

«Ay, qué será de mí cuando te vea partir no espero nada de ti ni que vengas por mí».

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El coro de la canción deja ver un lamento, pero también la autodeterminación de quien se juega al azar del amor. En la segunda estrofa, la voz narradora se aproxima a su punto de no retorno, acentuando al mismo tiempo la tranquilidad del alma por haber tomado los riesgos frente a alguien que, por cierto, sí los merecía. Algo del pop-rock en español de Juan Pablo Vega también se evidencia en la confección de los siguientes versos.

«Quizás por esperarte fui componiendo esta canción. Dejé mi espacio y mi libertad porque lo merecías».

Arreglos bien ejecutados adornan el regreso del coro. Con una pausa en el ritmo de la canción y el empuje instrumental que se impone luego, se dibuja una densidad hacia el regreso del coro, acompañado por la reiteración de algunas líneas y de un «nanananá» que pone punto final a No espero nada.

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El videoclip cuenta una historia simple, con un color filtrado por tonos grises, azulados y ocasionalmente sepia, acerca un hombre que llega a un apartamento cargando una maleta de viaje. Es José Mejía, vocalista de la banda, que instala un estudio de grabación en el apartamento, apropiándolo como escenario de creación, confrontaciones internas y transformación. La cámara pone la vista en un horizonte montañoso, bajo un cielo encapotado y amarillento. José se embarca en el tedio, en la espera, mientras se le ve produciendo y mezclando la canción.


La secuencia de imágenes del videoclip y de José componiendo No espero nada, trazan una relación con la toma de decisiones que refleja la letra. «Quizá por esperarte, fui componiendo esta canción», comprobando, de paso, ese adagio acerca de que la tristeza inspira más que la felicidad. La noche cae desde el punto de vista de la cámara, que mira hacia un horizonte nostálgico. Después vemos al resto de la banda, Bryan, Jesús y Jesús, ensayando la canción en un collage de imágenes y cubiertos por una iluminación rojiza, que concluye el videoclip.

El arte del sencillo muestra el plano detalle de unas flores blancas, oscurecidas y alumbradas por mitades, que funcionan como una metáfora de ruinas emocionales anticipando el renacer. Ahí reposa el mensaje de No espero nada: en el contraste y transición entre las caídas y los resurgimientos. En una sensación circular de bajos y altos, que todos hemos vivido y, afortunadamente, seguiremos viviendo para recordarnos que estamos vivos.

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