‘Kintsugi’: Tequendama y TSH Sudaca unen poderes en un himno de redención

Por: Álvaro Castellanos | @alvaro_caste – Periodista, editor web y creador literario.

Una técnica japonesa de alcance filosófico es el alimento de esta nueva colaboración alternativa con gusto a ciudad y revolución.

La cultura japonesa lleva miles de años reflexionando sobre la condición humana, su relación horizontal con la naturaleza y la espiritualidad como extensión de la vida. Entendidos de su sabiduría, la super banda Tequendama y el rapero TSH Sudaca acuden a la noción del «Kintsugi», como motor creativo de un himno urbano que invita a pegar nuestros pedazos rotos. Esta palabra (金継ぎ) hace referencia a una práctica antigua de reparación orfebre, que consiste en usar hilos de oro para reconstruir piezas de cerámica rotas o agrietadas. Una metáfora mágica sobre la capacidad humana de recuperarse frente a las rupturas de la vida.

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Hip-Hop y rock alternativo conjuran Kintsugi. TSH Sudaca y Amós Piñeros, juntos y por separado, sacan filo a sus voces. Construcciones de imágenes poéticas y urbanas le dan forma a la canción. Kintsugi comienza con la batería del inmortal Alejandro Duque y el bajo de Jota García, cerebro de Tequendama. Casi 20 segundos después de comenzar la canción, entra, limpia, la voz de TSH Sudaca, mientras que Amós Piñeros se dejará oír en un segundo plano.

«Otra cortina atravesando el umbral, otro cigarro se despide lentamente de su cuerpo, otra cerveza fría sin terminar y la ciudad golpea sola, muerde y te corta el aliento».

El primer conjunto de versos construye atmósfera urbana. La métrica es libre, pero homogénea. La voz narradora avanza por una fase intermedia de su duelo interno. La ciudad, fría e indiferente, se presenta como antagonista.

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«Pateando piedras, abriendo escombros. Nada se cae, todo se rompe y queda su recuerdo. Estoy comprando oro para no desfallecer, uniendo partes, solamente es un remiendo».

El segundo conjunto de versos es uniforme al primero. El personaje aún habita las ruinas de su corazón roto. Pero se presta, bajo la técnica del Kintsugi, a recoger sus pedazos para buscar reconstruirse. Con la llegada del coro, entran apoyos electrónicos, teclados industriales y la voz de Amós Piñeros toma vuelo.

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«Historias vienen y van, y aunque te esfuerces nada es eterno, hilos de oro unirán con amor lo imperfecto».

El coro de Kintsugi habla de nuestra existencia efímera. Finitos y defectuosos, podemos habitar un instante para siempre. Los hilos de oro, en tanto, son la materia prima que pegará nuestros cabos sueltos. El símbolo de nuestra voluntad por curar heridas y recuperarnos.

«Partiendo el tiempo hilos de oro se me caen: Kintsugi, pues la vida es un momento. Las telarañas saben que es lo que hay sin polvo, ni dolores. La ira cae, todo es movimiento».

Sin pausa, la segunda estrofa repite la estructura de la primera. TSH Sudaca surfea sobre la cadencia que le propone el bajo. La letra va del caos al estoicismo, en una carrera contra el tiempo. Por eso se invoca la templanza monacal que habita en nosotros. Porque sólo así reconoceremos lo perecederos que somos y encontraremos la capacidad de regenerarnos.

«Una katana parte la cara en mil pedazos, todos rotos somos un remiendo. Vamos de malas todo a las malas, pero las pausas saben de paciencia y de su tiempo».

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El regreso del coro antecede al clímax de la canción. Amós Piñeros dispara su furia contenida. La leyenda de Ultrágeno toma aire y lanza un monólogo de ejecución libre, ahora apoyado por TSH Sudaca. Una tercera estrofa que propone enfrentarnos, con la serenidad del haiku y la fortaleza del samurái, a la fiereza de la calle.

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«Tente atento, estate pendiente que si te descuidas te pican y te hierven. Retando venimos, la valentía que hace falta para la revolución en la vida cotidiana. Somos clica, somos gueto, este sujeto, que si te pone a perder en mis palabras vienen, trueno, suenan huevo de fondo oscuro, duro, y te va a doler».

La tercera aparición del coro da por terminada la canción. El videoclip, por su lado, refuerza el propósito de comunicar movimiento y frialdad citadina. En blanco y negro, la banda y el rapero interpretan la canción en un estudio, interactuando entre ellos y caminando las calles. Finalmente, el arte del sencillo es una circunferencia agrietada que representa visualmente la práctica del Kintsugi.

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Tequendama sienta con Kintsugi un precedente estético y espiritual. Una canción potenciada por un invitado de peso, que hará parte del segundo disco de la banda. Una unión de poderes que forma un himno de redención, que no se excede en adornos y enciende una poderosa llama de revolución del cuerpo y la mente.

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