Por: Andrés F. Benoit Lourido – @afebenoitlou
Colaborador Colectivo Sonoro
La primera canción que escuché de Kali Uchis fue «Ridin Round», en el 2016. El video comienza con la retahíla de una madre en una casa de una familia, evidentemente colombiana. Luego, Uchis sale al barrio a trabajar en un supermercado y también a recorrer Pereira en carro y moto, socializa y se va de rumba.
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La producción muestra contrastes. Denota y connota un barrio popular de Colombia mientras ella canta en inglés y viste moda exótica. «I feel like I hit the lotto», dice.
Por estos días, los medios de comunicación y en las redes sociales hablan con frecuencia de ella por su reciente álbum Sin miedo (del amor y otros demonios). Y la canción más exitosa es “Telepatía”, también grabada en Pereira y viralizada en redes sociales, más que todo en Tik-Tok.
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Sin duda, la popularidad de Kali Uchis se ha ampliado por el lanzamiento de este último álbum (en noviembre 2020) que ha recibido buenas críticas y reseñas, y también por ser la ganadora de un Grammy anglo por la canción “10 %” que realizó junto al artista haitiano Kaytranada. Es habitual en Colombia distinguir a los artistas a través de los medios de comunicación cuando ganan en el exterior pregonando orgullo, aunque el arte local poco o nada se apoye en sus inicios.
Uchis es sinónimo de multiculturalidad entre dos mundos: Estados Unidos y Colombia. Sugiere diferencias compartidas por los contextos en los que vivió y vive. Y dentro de su narrativa expone una estética estratificada, un dilema sociocultural que a veces, cae mal a nuestra Colombia clasista.
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Algunos consumidores de música mainstream señalan que ella romantiza la pobreza por filmar sus videos en barrios populares de Colombia. Algo similar pasa con las reacciones a J Balvin, Shakira, entre otros artistas, que logran posicionarse en el mercado musical de habla inglesa y que regresan a sus ciudades a trabajar en algún single.
El debate cultural en mi país es reducido, generalmente, a ideas distorsionadas de lo que significa el éxito. Hay indignaciones personales porque los artistas crean en sus contextos y porque se van a hacer carrera en el exterior.
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La ironía de la situación es que, en Colombia, al 2020, la clase media, vulnerable y pobre, suman el 93.1% de la población por hogares y solo el 6.9% son la clase alta, según el último informe del DANE. Con este panorama pregunto: ¿Los artistas les interesa romantizar la pobreza o es una cuestión de identidad derivada de las pocas opciones socioeconómicas que este país nos da?
Estoy de acuerdo con García Canclini, quien propone que vivimos un intercambio cultural, una hibridación que al combinarse genera nuevas estructuras y formas de relacionarnos con objetos (en el caso de Kali, con sus joyas y ropa) y nuevas prácticas.
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Kali Uchis es producto del pos-modernismo latinoamericano en el consumo artístico. Ella refleja la ruptura geográfica que puede tener la identidad de una persona cuando rompe límites de fronteras. Es decir, ambas dimensiones asociadas a su nacimiento en Virginia y crianza en Pereira enfrenta por medio de su estética sonora, outfit, idiomas y acentos, estereotipos de qué es ser latino y qué es ser gringo. Y al mismo tiempo, la hace única.
Con las siguientes líneas nos deja claro acerca de sus libertades como persona y artista: «I don’t need your drama, I don’t need you to survive…You can’t tell me shit». («Ridin round»).
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