Definitivamente, el Cosquín Rock Colombia nos devolvió a la esencia pura del rock: rebeldía, guitarras distorsionadas, amigos, cerveza, un público entregado a su artista hasta quedar sin aliento y las bandas con alto profesionalismo sin perder la simpleza que los ha hecho grandes hicieron de este festival un evento inolvidable.
Un día después de haber vivido esta experiencia musical, presentamos una lista de aciertos y desaciertos del Cosquín Rock Colombia todo con el fin de mejorar para futuras ediciones del festival.
Aciertos
El cartel: la curaduría fue muy buena. Artistas de jerarquía demostraron que Latinoamérica tiene un gran ramillete de proyectos musicales capaces de conformar un festival de primera categoría sin tener que acudir a propuestas europeas o gringas. ¡Poder latino!
La organización para el ingreso del público, prensa, staff y la vehicular fue positiva. Nunca se vieron largas filas y todo fluyó a la perfección.
Una mención especial para el público que supo y pudo convivir en paz dentro del festival a pesar de tener un cartel variado de propuestas musicales como el ska, el punk, el rock alternativo y el world music.
Haber utilizado el Club Bellavista para realizar el festival. Sin duda, se convierte en una nueva alternativa y un nuevo espacio para conciertos en la ciudad.
Desaciertos
Haber puesto a tocar en un escenario secundario a Los Makenzy y, peor aún, no haberlos incluido en el cartel oficial. Esta banda tiene todo el potencial y el público para estar en la tarima principal.
Si bien los precios de las comidas estaban asequibles, la oferta no fue la suficiente y el público tuvo pocas opciones para saciar el hambre.
Los precios de la cerveza ($10.000) y las bebidas energizantes ($11.000) eran muy elevados. De hecho, estaban más costosos que en el mismos Estéreo Picnic.
Está claro que el Cosquín Rock Colombia debe tener una segunda edición en nuestro país, es un festival que necesitábamos para continuar aumentando la cultura musical.
Mira las mejores imágenes que nos dejó el festival capturadas bajo el lente de Jhon Paz, editor de fotografía de Colectivo Sonoro.
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