Por Álvaro Castellanos | @alvaro_caste
Todos lo vimos. Con su pelo lacio, bien peinadito, una ruana negra con arabescos dorados que, comenzando la presentación, le regaló a Zeta Bosio; y luego, todo de negro y cantando las canciones que le dieron fama mundial. También soltando un par de hijueputazos; subiendo al escenario a Andrés Cepeda y Fonseca a cantar ‘La Tierra’; al final, tocando un clásico de Metallica con unos expulsores atrás del escenario que tiraban fuego hacia arriba; e incluso, como invitado en la presentación de Fito Páez. Juanes juntó a 157.000 personas entre las cuales reinó la felicidad y que no dejaron un milímetro libre desde la tarima del Escenario Plaza hasta la calle 63. Pero, detrás de las risas y las reseñas positivas de fuentes institucionales y medios tradicionales, ¿tuvo sentido su presencia en Rock al Parque?
Como dicen en Twitter, abro debate.
La presentación de Juanes en Rock al Parque, para mí, fue muy cuestionable. Que hace 30 años entrara a la música influenciado por el Thrash y el «Ultrametal», que pegaban durísimo en Medellín, no parece ser un motivo de peso para llevarlo. Incluso el mismo Juanes parecía estar seguro de que no debía estar ahí, metido en el line-up de cierre de Rock al Parque, y en varios momentos de su presentación llegó a ponerse nervioso. Se tropezó, olvidó partes de canciones y dijo cosas sueltas con poco sentido.
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Obviamente, a la organización del festival le funcionaba tenerlo en su nómina de los 25 años, pues es un artista mundialmente famoso y su presencia impulsaba el propósito de tener un lleno total en la clausura, lo cual servía para justificar resultados exitosos en términos de asistencia. Y si hay lleno, se supone que se garantiza la preservación del festival. Pero, aunque suene gracioso, si en 2019 estuvo él, en serio que no estamos tan lejos de ver próximamente a Shakira, a Carlos Vives o a Mauricio y Palo de Agua.
En 2014, cuando Rock al Parque cumplió 20 años, se armó una polémica similar con La Etnnia, quizá el grupo de rap más tradicional de Colombia. Para muchos, su presencia no tenía sentido en el cartel porque supuestamente no era un grupo de rock. Y al final, con muchísima menos prensa, los mandaron a tocar bien temprano, casi a la hora del desayuno. Quienes los rechazaron y quienes los programaron tan temprano se equivocaron. El rock, más que por sus guitarras eléctricas, se caracteriza por el mensaje anti-stablishment que comunica. Y en ese sentido, La Etnnia es mucho más rockera que decenas de bandas que anualmente se presentan en cada edición. El problema con Juanes es que no es rock. Ni en forma, ni en fondo. No representa una propuesta musical consistente, ni verosímil. Sólo es un famoso. Un producto pop más.
Sin embargo, y es importante resaltarlo, viendo a Rock al Parque como un espacio democrático, como patrimonio público y con una trascendencia social diferente a la de los festivales tradicionales, miles de personas (que por la razón que sea lo admiran) pudieron verlo gratis y eso es positivo. Sin embargo, e igualmente es importante resaltarlo, también habrían estado felices con Shakira.
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Al terminar los 25 años de Rock al Parque, los medios parecieron ponerse de acuerdo con la idea de que Juanes, además de que estuvo espectacular, rechazó el asesinato de líderes sociales. La primera afirmación es debatible, pero la segunda es todavía más imprecisa. Es cierto que sí lamentó el asesinato de María del Pilar Hurtado, en Tierralta (Córdoba) y dijo que eso «no puede volver a pasar». Es decir, tocó el tema, pero por los laditos, tímidamente. Siendo un ícono pop, es lógico que no pueda ser tan específico, ni señalar al Gobierno, ni decir mucho, porque comprometería a altos patrocinadores, usualmente aliados al poder, al Gobierno y todos se tapan con la misma cobija. Sí sorprendió que se jugara con referirse a dicho crimen y la reacción dolorosa del hijo de la víctima en video, pero los medios, en general, terminaron colgándole un montón de medallas inmerecidas.
Sobre su cover de ‘Seek and Destroy’, podría decirse que fue divertido. Lo mejor del show. Con pirotecnia incluida, un sonido perfecto y una banda académicamente impecable. La gente, igual, estuvo encantada con toda la presentación.
En la zona de prensa, unas mil personas mal contadas que se gestionaron una manillita de VIP lo atestiguaban. Señores, señoras, niños. Sobrepoblando la zona con sombrillas, armando tumultos y espichando a fotógrafos, videógrafos y periodistas. Esta es la misma letanía de siempre, pero valdrá la pena repetirla las veces que sean necesarias. O aumentan la zona de prensa, para que quepan los miles de «invitados» que sólo van al cierre, o se inventan una zona de prensa en los laterales de los escenarios como ocurre en festivales internacionales. Porque, claro, pedir que se acabe la meritocracia privilegiada de los VIP suena a mucho.
Al final podríamos decir que, por resultados de asistencia, interés masivo y la consigna anual de echar mano de la nostalgia convocando a artistas representativos que garanticen multitudes, tuvo sentido la presencia de Juanes en Rock al Parque. Sin embargo, en términos futboleros, fue una decisión extremadamente «bilardista». Resultadista. Cuestionable. El fin justificó los medios, si bien algo tiene de entendible, pues para estos 25 años existía una presión adicional de aglomerar a cientos de miles de asistentes, con todo y que la organización no contaba con un presupuesto mayor al habitual, el cual no suele superar los 6.000 millones de pesos. En 2018 la inversión fue de 5.000 millones y la sensación que dejó la edición fue de austeridad.
Por eso, cuando se anunció que Rock al Parque 2019 iba a ser diferencial, se sembró una expectativa de que el cartel también lo sería. Es evidente que Rock al Parque no cuenta con el presupuesto de un festival privado como Estéreo Picnic. Parece exagerado, pero ha sucedido que un solo headliner de Estéreo Picnic cobre lo mismo que los 60-70 actos que conforman una edición Rock al Parque. No es para nada comparable un festival cuya entrada cuesta 500.000 pesos, y que tiene financiamiento privado, con uno de entrada libre que depende de fondos distritales.
Aún hay gente que no lo entiende…
Sin embargo, para su primer cuarto de siglo se esperaba una inversión notoriamente mayor, que incluyera headliners más especiales que los de costumbre. Un Mastodon, un Gojira, un Korn, un Limp Bizkit, un Papa Roach: bandas, hoy por hoy, intermedias, que no cobran millones y que bien podrían estar en Rock al Parque, aun teniendo claro que gestionarlas es difícil y su presencia depende de múltiples factores. Aparte, se notaron los problemas con el cartel de 2019, que tuvo un par de cancelaciones a última hora. Grave (Suecia) y El Gran Silencio (México) se bajaron de Rock al Parque horas antes y dejaron huecos en el line-up. Sumadas a otras bandas, como Black Flag (EE.UU.), que no lograron concretarse, se apareció Juanes para asegurar la asistencia, sumado a un cierre muy poderoso, con KAP Bambino, Los Amigos Invisibles, Babasónicos, Fito Páez y esa clausura imposible de olvidar de la Filarmónica de Bogotá, musicalizando a diferentes artistas que han marcado la historia del festival y del rock colombiano.
Con la presentación de Juanes taladrando todavía, para bien o para mal, en las cabezas de quienes lo vimos quedó claro su poder de convocatoria y que para la organización de Rock al Parque es mejor que se polemice sobre su presencia a que se repitan casos como el del cierre de 2013, cuando Living Colour e Illya Kuryaki marcaron récords bajos de asistencia, con lo que la vida del festival quedó en veremos; hasta que en 2014 los esfuerzos por no dejarlo morir llevaron a convocar a más de 400.000 personas.
Por ahora queda esperar que para 2020 no programen el lunes por la noche a Bonka, Wamba o a Silvestre Dangond bajo el argumento de que arrastran multitudes. Rock al Parque merece ser diverso y masivo, quién dijo que no, pero tampoco desnaturalizarse.
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