Por Camilo Adolfo Acosta
Un ejercicio práctico de memoria en el que se reencuentra el humano con la verdadera motivación personal para la búsqueda de un espacio que permita avivar pasiones que no son posibles de desahogar en otra forma. O un desoxidar, desempolvar y reactivar una forma de expresión que de muchas maneras, todas individuales e incrementadas al encontrar colectividad, libera el ser y es más poderoso que el paso del tiempo.
Cualquiera que haya sido el motivo para su desvanecimiento, no deja de ser una necesidad humana que nunca se olvida, que siempre está presente. El ejercicio del músico de corazón, aquel que interpreta y refleja en su quehacer su perspectiva del mundo, de la vida y de su entorno. Por encima de las condiciones y decisiones que hayan llevado a poner estos espacios y esta producción artística en un segundo o tercer plano en la vida, esta naturaleza que supera lo material, no deja de ser algo que se añora como medio para liberar energía a través de notas y sonidos y hasta es útil para distraer y abstraer un mundo que puede sobrecoger a sensibles y a racionales; es algo que el tiempo no mata sino transforma, como todo, como el universo en sus eternas contradicciones. Si lo vemos desde el planteamiento del filósofo griego Heráclito ‘El oscuro de Éfeso’, «todo fluye». La música no escapa a esto, es algo transversal en nuestro existir.
Es precisamente este viaje, este ejercicio práctico, el reto que emprenden Carlos Alberto ‘Toto’ Torres (exvocalista de Raíz), Carlos ‘Charlie’ Ortíz (exguitarrista de Tierradentro), Max Focke (exbaterista de Injury y de Tierradentro) y Alejandro Uribe Holguín (exbajista de Kiss From a Black Rose) con su nueva banda Los Perros, formada en 2016 con el ánimo de revivir el poder y fuerza que para ellos representa el rock de Bogotá.
Tuve la oportunidad de asistir a una presentación de Los Perros en un bar (con más cara de restaurante), en Usaquén. Un escenario casi que improvisado en el lugar, sin más sonido que los amplificadores con los que tal vez ensayan y algunos equipos, imaginé prestados, para poder sonar un poco mejor. Sin luces, sin refuerzos, una presentación cruda y sincera; básica, como cuando en los 90 se veía tan comúnmente y seguramente hoy en día en muchos casos. Esta es la apuesta para el renacer musical, no necesariamente dentro de la escena con pretensiones de popularidad y éxito entendido como ventas o difusión, sino como para sanar un vacío que permanecía en ellos luego de dejar atrás los proyectos que en su momento les permitieron tener la liberación y desahogo que solo la música proporciona.
Para ellos volver a tocar era algo que siempre surgía en sus conversaciones. “Un ensayo es una terapia para nosotros, salir de la rutina y experimentar de nuevo el maravilloso golpe de frecuencias en nuestros oídos estallando… la forma como nos sentimos nos hace reflexionar y entender lo importante que es la música para nosotros, solo tocar, no importa en dónde, ni para cuánta gente. Hace que volvamos a tener una hermandad como personas, como amigos, compartir momentos únicos que son tan valiosos hoy en día, donde una sociedad individualista mira el mundo detrás de algún dispositivo…”, son las palabras de ‘Toto’.
Siendo absolutamente franco debo admitir mis prejuicios al comienzo, en cuanto a la locación y equipos para el pequeño concierto. Estos se desvanecieron ante la honestidad y goce del momento que, a través de la música y la interpretación de Los Perros fueron haciendo que se entendieran con más claridad las palabras e ideas de la banda.
Canciones potentes, maduras y letras muy dicientes en cuanto a las percepciones de lo que es real en el ser humano, la vida, la sociedad y hasta la misma muerte. Una buena onda a través de reflexiones sobre el existir, estar y transformar, acompañada de una fuerza que evocaba los tiempos de Injury y Raíz en esos toques en Rock al Parque hace más de una década.
Los Perros son la demostración de la cruda y honesta necesidad de tener música en la vida y de cómo a través de ella, nos encontramos en hermandad al mismo tiempo que aprendemos a sobrellevar las emociones y cargas que la vida trae, más allá del tiempo, de la popularidad y de los conceptos de éxito y realización que creemos tener claros pero que en el fondo son más simples de lo que pensamos.