‘El costo de la vida’: Santuario apropia a Juan Luis Guerra en una diatriba metalera a la mezquindad política

Por: Álvaro Castellanos | @alvaro_caste – Periodista, editor web y creador literario.

La banda dominicana redefine un clásico del merengue y la bachata para cantarle con toda la furia a la desigualdad.

«Si no puedo bailar, tu revolución no me interesa». Esta frase, atribuida a la pionera feminista Emma Goldman, explica que la fiesta y la alegría también hacen parte de la resistencia. Una idea que retumba fuerte, sobre todo en el trópico, donde el baile es identidad. Por eso, un clásico como El costo de la vida (1992), de Juan Luis Guerra, impactó tanto en el sentir de los pueblos caribeños y latinoamericanos, por su acierto de protestar con sabrosura. Treinta y dos años después, también desde República Dominicana, la banda de metal Santuario apropia y redefine esta canción con todo el power de un estilo duro atravesado por el sabor Caribe.

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El costo de la vida comienza con un fragmento instrumental de la canción de Juan Luis Guerra. El baile y la sabrosura son rápidamente interrumpidos por la batería, la percusión y un despliegue de guitarras. Rápidamente, el sonido de Santuario nos recuerda al de Sepultura, Soulfly o Puya: bandas congéneres, con un gusto a trópico y a Nu Metal. La voz gutural de Jehison Tavárez se alterna con la de Leo Susana, complementaria y más rapeada. Sin remilgos, la letra apunta a que la plata no está alcanzando para comprar comida. Un drama planteado en 1992 que no pierde vigencia en 2024.

«El costo ‘e la vida sube otra vez, el peso que baja, ya ni se ve y las habichuelas no se pueden comer Ni una libra de arroz, ni una cuarta ‘e café. A nadie le importa qué piensa usted será porque aquí no hablamos inglés Ah ah, understand? (x2)»

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En la versión original, Juan Luis Guerra deja ver su crítica a la desigualdad plantada por los países poderosos con relación a su periferia. Un clamor retomado por Santuario, que en la segunda estrofa calca el ritmo de la primera y alude a la corrupción como germen del aumento eterno en las brechas sociales.

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«Y la gasolina sube otra vez, el peso que baja, ya ni se ve y la democracia no puede crecer. Si la corrupción juega ajedrez a nadie le importa qué piensa usted, será porque aquí no hablamos francés Ah ah, vous parlez? (x2)»

Una tercera voz, la de Tony Almont, aparece para interpretar el coro de El costo de la vida. Con profundidad y sentimiento, se protesta contra el colonialismo y el aislamiento geopolítico de las naciones del Caribe mediante una construcción eficaz de imágenes poéticas.

«Somos un agujero, en medio del mar y el cielo, quinientos años después una raza encendida, negra, blanca y taína, pero, ¿quién descubrió a quién?»

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Una pista bailable, con la armonía de la canción original y la voz de Riccie Oriach, propone una pausa para bajar la intensidad de la canción, justo antes de subir de nuevo, directo su clímax, mediante su fragmento más pesado y gutural.

«Ah ah, vous parlez? (x3) No Monsieur Ah ah, e’ veldá (x3) Do you understand»

El abandono institucional y la ausencia de garantías en campos vitales como la salud y el empleo marcan el tramo de furia más intenso en esta versión de El costo de la vida, con una alusión a dos multinacionales automotrices.

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«La recesión pa’rriba (pa’rriba tú ves) y el peso que baja (pobre ni se ve) y la medicina (camina al revés). Aquí no se cura (ni un callo en el pie) y ahora el desempleo (me mordió también). Ni a la Mitsubishi, ni a la Chevrolet»

El regreso del coro con la repetición múltiple de la línea final «pero quién descubre a quién» apaga los motores de la canción, cuyo videoclip aterriza el propósito crítico de la letra. Imágenes de archivo de violencia explícita, momentos bélicos de la historia, brutalidad policial y políticos infames se alternan con la banda y sus invitados interpretando la canción con un impacto visual valioso. Claro en su discurso y estética musical, Santuario certifica la madurez que entrega 25 años de carrera. Y mediante El costo de la vida, revitaliza con inteligencia y sabor metalero un clásico que nos recuerda que la pobreza en el mundo es una decisión política.

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